martes, 25 de noviembre de 2014

Penitencia y diversión en el mundo griego



Descripción de la Ruta

Este tour llevará al viajero a revivir uno de los sentimientos más misteriosos del mundo griego: el thambos, descrito como un terror reverencial producido por la cercanía del ser humano con los dioses. Este sentimiento es sumamente interesante, ya que es la fuente de tres de los aportes que en la actualidad admiramos de la cultura griega: el teatro, la filosofía y la poesía. ¿Pero qué es exactamente el thambos? Para sentirlo nada mejor que caminar sobre el suelo en donde nació y fue vivido por centenares de hombres y mujeres al mismo tiempo, hace más de dos mil quinientos años. El recorrido iniciará en el mismo aeropuerto de Atenas, desde donde iremos  a la costa de Frixa. En este lugar observaremos el espacio en donde era sumergida la estatua de madera de Atenea Polias, el cual era el rito inicial de la gran celebración de la fiesta más importante del calendario ateniense: las Panateneas. Desde Frixa caminaremos a pie a lo largo de uno de los caminos más antiguos de Grecia, que es el que comunica la costa de Frixa con la entrada oeste de la ciudad, de pie al Templo del Viento. Desde allí nos dirigiremos en dirección a la Plaza Syntagma, reconstruyendo la ruta que llevaban a cabo los millares de vírgenes vestidas con el peplo dorado de la diosa. Así pues, luego del llegar al antiguo barrio del Cerámico, ya en pleno centro de Atenas, iniciaremos el ascenso de la colina sobre la que se levanta la Acrópolis, hasta llegar al Partenón. En este lugar observaremos imágenes de restos de cerámica griega en donde se recrea el espectacular sacrificio de la hecatombe, en el cual la carne de cien bueyes era ofrecida a la diosa tutelar. Posteriormente nos dirigiremos al teatro de Dionisios. El monumental edificio que observaremos pertenece a la época helénica, pero sus bases datan del siglo VIII a.C, lo que lo convierte en el teatro más antiguo de Grecia. Allí observaremos una recreación de la segunda fiesta más importante: las Lenaias o Grandes Dionisias. Esta fiesta consistía en una representación teatral de dos días, precedida por un desfile de un día entero en el que el falo del dios era exhibido en una procesión a lo largo de todas las calles de la ciudad, previo a la representación teatral de la comedia y la tragedia, cada una celebrada en un día exclusivo. Por último, finalizaremos nuestra estancia en Atenas regresando al barrio del Cerámico, que era la sede de las otras festividades de la ciudad, especialmente aquellas dedicadas a los dioses más importantes del panteón ateniense: Atenea, Deméter Ctonia, Zeus  y Poseidón. En las ruinas de dicho célebre barrio o demos recorreremos las ruinas de los caminos que conectaban los grandes desfiles con los distintos santuarios ubicados en el centro de la ciudad. Ingresaremos a lo que queda uno de ellos, el de Deméter Ctonia, para visualizar de cerca aquello a lo que Tucídides se refería al decir que en Atenas había al menos dos grandes fiestas durante cada mes del año, dado que en éste sobreviven grabados de los más de doce sacrificios que se llevaban a cabo a la diosa de la fertilidad de las cimientes. 



Vista actual de Atenas

Si el primer día del viaje estuvo dedicado a Atenas, el segundo lo estará para uno de los santuarios más importantes de la literatura que ha llegado hasta la actualidad: el templo de Apolo Pitio, en Delfos. Esta hermosa estructura, de forma circular, mantiene sus bases intactas a pesar de los continuos saqueos sufridos en la época bizantina. En este lugar observaremos el misterioso agujero de la pitia, de donde emanaba el aire sagrado que sumergía en transe a la adivina del dios, conocida como pitonisa. Desde allí nos sentaremos en las gradas o theatrón, en medio del cual desfila la pequeña explanada en que los bailarines y poetas traducían los mensajes emitidos por la pitonisa, y cuyo veredicto definieron la suerte de muchos destinos a lo largo de todo el Mar Egeo. Luego caminaremos por la explanada que comunica el templo con la acrópolis de Delfos. Desafortunadamente no queda mucho de estos edificios, pero éstos desempeñaron un rol fundamental, ya que fueron la sede de la celebración más importante de todo el mundo griego: las fiestas píticas, naturalmente en honor de Apolo, celebradas cada cuatro años, y a las que acudían jóvenes sacerdotes de alto rango que eran preparados durante todo el año para las competiciones, conocidos como los gimnastas (por la palabra gimnos, que significa desnudez). Allí tomaremos una copa de vino sin mezclar, el cual era la libación que daba inicio a la ceremonia, y que era ingerido como símbolo de sacrificio al dios. Sólo será ofrecido a los hombres, ya que a diferencia de las Panateneas, los Juegos Píticos estaban reservados a los varones vírgenes. Finalmente, no habría una mejor manera de terminar este recorrido que yendo a Olimpia, ubicada en el Peloponeso. Allí observaremos los restos del imponente templo de Zeus Olímpico, cuyas célebres fiestas se iniciaban con una hecatombe en su honor, sucedida por desfiles de jóvenes varones y mujeres vestidos de chitones sin cintas, lo cual era símbolo de su condición de siervos hacia el señor del Trueno. Estos eran los jóvenes que competirían el día siguiente –separados hombres y mujeres– a lo largo de los tres días de juegos en los que la polis ganadora adquiría incontables beneficios económicos, como exención de impuestos, pero también la obligación de mantener el gran templo de la divinidad con sacerdotes, adivinos y sacrificios durante todos los cuatro años hasta la siguiente celebración. Así pues, luego de haber visto Atenas, Delfos y Olimpia el visitante comprenderá por qué las fiestas griegas  son el reflejo de un mundo en el que no existía una separación entre el deporte, el teatro y la adoración de los templos, ya que los tres eran elementos interdependientes de la vida religiosa. Con la realización se aseguraba el estrechamiento de los vínculos entre los mortales y los dioses: he aquí como podríamos concluir que el thambos es una mezcla de diversión sagrada (extase) y penitencia (sacrificio u holocausto) que permitió el desarrollo artístico de una de las civilizaciones más admiradas en el mundo occidental. 




Contextualización

Los griegos han tendido a ser vistos como racionales, en el sentido de que fueron los fundadores de la filosofía. No obstante, dicha idea de racionalidad, inspirada en el mundo moderno, no coincide del todo con la vida cotidiana de la población griega del siglo V a.C, incluyendo a aquella dedicada a la filosofía. Si bien es cierto que muchos pensadores llegaron a proponer la inexistencia de los dioses, la religión fue a lo largo de sus siglos de existencia el principal pilar de la vida griega, y en torno a ella se tejieron las demás actividades, como los deportes, la filosofía, la guerra e inclusive las celebraciones. Coma prueba de este fenómeno se observa el hecho de que muchos filósofos fueron procesados por sospechas de impiedad; el más célebre fue el de Sócrates, pero hubo otros como Anaxágoras de Clazomena, Protágoras de Abdera o Diágoros de Milo, que afrontaron la misma suerte[1]. Tales juicios nos dan la idea de que la religión era un aspecto tomado muy en serio por la sociedad helénica, y que se encontraba por encima de la filosofía. No obstante, Paul Vayne sugiere que religión y filosofía no eran en lo absoluto elementos contradictorios, sino que la segunda era una de las más útiles herramientas de la primera, en el sentido de que a través de la filosofía se fortalecían los nexos de la población con los dioses[2]. Tal idea se entiende en el hecho de que los griegos, a diferencia de nosotros, contaban con una religión carente de dogma, lo cual significó que su fe se desempeñara en distintos niveles de veracidad. En otras palabras, había elementos de la mitología griega que un individuo común estaba dispuesto a aceptar como incoherente en determinado registro de la realidad; por ejemplo, un habitante de la zona de Fócide admitiría que los dioses evidentemente no habitaban en el Monte Olimpo; no obstante, dicha incoherencia no restaba validez a otros registros de lo real, ya que pertenecían a distintos niveles y eran, por decirlo de alguna manera, imposibles de comparar[3]. En este orden de ideas, el que los dioses no pudieran ser vistos en el Olimpo no llevaba a poner en duda que los dioses olímpicos existieran, y que de hecho tuvieran un poder por encima del resto de divinidades y mortales. Por otro lado, Coulanges sugiere que las divinidades del mundo griego –y el indoeuropeo en general- eran muy diferentes del dios judío, ante el cual existe un grado de separación físico y ontológico[4]. Para los griegos no había diferencias ontológicas entre los dioses y los mortales, de allí que los primeros eran considerados miembros activos de la sociedad, impregnados de virtudes posibles de alcanzar por otros individuos. Eran merecedores de un “respeto y temor gigantes”[5], pero ello no impedía que fueran aprehensibles por sus adoradores. Así pues, Atenea era una ciudadana más de Atenas, y su voz y voto debía mantenerse siempre vigente en las decisiones de la Asamblea, y asimismo alimentada con viandas y bienes de lujos. Para esta función existía precisamente el grupo de los sacerdotes, cuya función era muy diferente a la de ofrecer un culto.


             
                                        
Ofrecimiento de una cabra, con el ánfora que contiene el agua bendita en manos del magisterois.


Según  Mireaux para entender el lugar de los sacerdotes en el mundo griego es importante que no se los piense desde el punto de vista moderno, ya que en los santuarios no se rendía un culto permanente e individual al a divinidad, sino que éste se limitaba a los días de los eventos especiales, en los cuales las ceremonias se llegaban a cabo entre grandes grupos. La principal de dichas ceremonias era el sacrificio, que se organizaba de manera periódica y regular. De hecho, la palabra griega para sacerdote es hiereus, que significa literalmente “sacrificador”[6]. Así pues, el principal rol del sacerdote era el de ser asistente y ordenador del sacrificio, especialmente en lo que refería al corte de las carnes. Salvo en algunas excepciones en las que lo ofrecido eran tortas de cereales, la mayoría de los dioses solían exigir animales. Los toros se daban generalmente a Poseidón, las vacas a Atenea y las cabras a Artemisa y a Afrodita[7]. Por otro lado, los animales de pieles blancas eran favorecidos para los sacrificios a los dioses asociados a los cielos, como Zéus o Apolo, mientras que los animales de pieles oscuras se reservaban para los dioses del Inframundo, como a Hades o Perséfone. Un requisito particularmente importante es que estos animales tuvieran la condición de teleloi; es decir, que estuvieran sanos físicamente, fueran alimentados con pasto de una región purificada y que contaran con sus órganos sexuales en perfecto estado. La misma condición era aplicada al sacerdote encargado del sacrificio; de hecho, la única excepción en la que el sacerdote era un eunuco tenía lugar en el templo de Artemisa de Éfeso, costumbre que según Mireaux tiene una raíz persa[8].

La importancia dada al buen estado de los órganos sexuales de los sacrificados y los sacrificadores se puede explicar en dos puntos. El primero de ellos es que la mayoría de los sacrificios hechos a los dioses griegos tenían como finalidad la fertilidad de la tierra; esto se entiende sobre todo en las duras condiciones del cultivo en el territorio griego, que además de ser pobre en nutrientes enfrentaba problemas de irrigación. El Ática, la zona de Atenas, era especialmente agreste, de allí que autores como Heródoto afirmaran que “no se da más que olivares en sus simientes”[9]. En este orden de ideas, las buenas condiciones de cultivo constituían una preocupación constante en la vida cotidiana de los pobladores, de allí que la religión fuera uno de los principales mecanismos para paliarla. Al ofrecer la fertilidad de sus animales, hombres y mujeres más saludables a sus dioses, los griegos esperaban recibir a cambio la fertilidad de su divinidad, la cual se reflejaba en la tierra. Es por esta razón que las divinidades helénicas a las que se ofrecían sacrificios de manera más regular durante el año –Atenea, Dionisio, Deméter y Poseidón- poseen una característica ctónica, es decir, asociada a la tierra. Aunque Poseidón es el dios de los mares en la Grecia clásica, en la era arcaica se le asociaba a las montañas y los cauces de agua que nacen de éstas. Un ejemplo de la importancia religiosa concedida al territorio reside en el hecho de que al cruzar un río era imperativo ofrecer un rezo a las ninfas (que en griego significa joven mujer), de lo contrario se sometía al riesgo de ofender al río y sufrir de ninfolepsia, el cual era un estado de locura en la que el individuo se veía “arrastrado por la tierra”[10]. El segundo elemento que da relevancia a los órganos sexuales reside en el hecho de que estas partes del cuerpo son el recipiente de la castidad, la cual da un valor fundamental para el sacrificio. Según la cosmología helénica la ausencia de los contactos sexuales de todo tipo era un garante de pureza digna de ser sacrificada; para tal idea hay que tomar en cuenta que esta sociedad no poseía una diferenciación entre un ámbito espiritual y uno carnal, a la manera como lo plantea el cristianismo, sino que ambos elementos eran necesariamente reflejo del otro[11]. En este orden de ideas, un cuerpo bello y bien preservado era condición necesaria del estado de pureza, y la castidad era uno de los referentes más fuertes de disciplina y autocontrol. Por tal motivo, podemos suponer que los sacerdotes y sacerdotisas griegos no estaban solamente disciplinados en torno a los rezos de los rituales, sino también en el propio cuidado físico, lo cual incluía la castidad como un elemento básico agradable a los ojos del dios.


Representación de las vírgenes desfilando durante la procesión que conducía al Partenón, en la fiesta de la Panateneas.




En consecuencia, el sacerdote desempeñaba un papel imprescindible en la comunidad, sobre todo en tanto que era el garante de la fertilidad de los cultivos y de la preservación de los diálogos entre lo mortales y los seres divinos. Como se mencionó previamente, esta función estaba completamente del acto de realizar ceremonias o cultos específicos, sino que más bien se concentraba en la de ser un símbolo, a la manera de un representante de los intereses humanos[12]. Adicionalmente, Mirce Eliade sostiene que en las sociedades antiguas los dioses de la tierra no tienen una existencia garantizada, pese a ser inmortales, puesto que están sujetos a un ciclo de muerte y resurrección en cuyo funcionamiento la intervención de los seres humanos es vital. Uno de los medios en que se materializa dicha intervención es el sacrificio, el cual consiste en el ofrecimiento de la sangre en un contexto de esperanza y celebración[13]. Por ello podemos añadir al sacerdote griego otra función importante, igualmente asociada a la tierra: la preservación del ciclo agrícola y el aseguramiento de que la divinidad se mantendrá con vida y afiliada a la comunidad. En tales cargas el hiereus se valía de un asistente, conocido como mageiroi, que puede ser traducido como “carnicero-cocinero”, y que estaba asociado a un cargo público en el Consejo de la ciudad[14]. Este ejemplo de muestra de cómo el ámbito religioso estaba supremamente vinculado a lo político en la vida diaria. Esta asociación con lo público se debe a que el sacrificio no es en lo absoluto un acto privado o secreto, sino que su validez reside en el hecho de que logra involucrar a la mayor cantidad de ciudadanos posibles. Entre más personas hagan parte del testimonio del sacrificio, más grande será el grado de gracia, o eucaristeia, con que el dios devolverá el favor a la comunidad[15]. Es por esta razón que sólo se ofrecía una pequeña parte del cuerpo de la víctima, especialmente los muslos, la cual era incinerada. El resto del cuerpo era servido a la población, la cual podía ingerirlo en el templo o llevarlo a sus casas. El gran espectáculo del sacrificio de los cien toros a Atenea durante la ceremonia de la hecatombe, por ejemplo, se explica en el hecho de que cada habitante de Atenas –incluyendo mujeres, metecos y esclavos– pudiera comer un trozo, y de esta manera hacer más fuerte la comunión entre la diosa y la ciudad[16].






Parte del ala oeste del Partenón, el cual recrea una hecatombe. Como puede observar, los bueyes eran entregados por jóvenes mancebos (carentes de barba), cuya castidad estaba asegurada por sus parentelas. Los bueyes eran ofrecidos por las familias más ricas, las cuales daban también a sus hijos para que fueran los encargados de conducirlos a lo largo del camino ceremonial que iba de Cerámicos a la Acropólis. Estos jóvenes eran entrenados para tan importante función desde edades tempranas, en instituciones conocidas como gimnasios.

El holocausto y purificación
No obstante, en el conglomerado de celebraciones que colmaban el año griego existían ciertas excepciones, en las cuales las víctimas eran incineradas por completo. Esto se debe a que se trata de ceremonias sumamente delicadas y de carácter misterioso, es decir, limitado a una pequeña élite dotada de más capacidad para entrar en la eucaristía con el dios. La primera de dichas celebraciones era las Cronias, conocidas en Roma como las Saturnales. En esta fiesta estaba dedicada al padre de Zeus, en torno a quien “se reunían amos y esclavos en un alegre y bullicioso banquete en el seno de cada familia, pero la fiesta tenía también un carácter público”[17]. Se trataba ante todo de una celebración doméstica en la cual sólo los líderes de las fratrías estaban autorizados para ingresar a los santuarios. La importancia de esta fecha reside en que con ella se daba inicio al año ateniense.
La segunda de las ceremonias excepcionales eran las fiestas de Apolo Boedromios –el Apolo del mes de Boedremión, que equivale a nuestro septiembre– a quien se le celebraban los misterios eleusinos[18]. Durante estas ceremonias el sacerdote requería de un grupo de ayudantes para llevar a cabo la incineración completa de la víctima. El conjunto de actos relacionado a esta celebración era conocido como holocausto. Éste no se limitaba únicamente al acto del sacrificio, sino a toda la parafernalia necesaria en el momento previo y posterior a la eucaristeia. Primeramente se decora el altar con flores y guirnaldas. Luego los sacerdotes ingresan con una corona. Parados de pie ante ente la más sagrada del altar –el anión- esperan a la llegada de la víctima, la cual está adornada con otras coronas y fajas de lana, y en el caso de las Cronias forrada de pintura durada[19]. En ese momento el sacerdote procede a regar el agua sagrada, la cual se contiene en un vaso ceremonial conocido como chernips, que es preservado en el altar durante todo el año. Posteriormente se enciende un fuego al que se le arrojan granos de cebada y algunos pelos cortados de la cabeza de la víctima, y entonces se procede a la plegaria. Una vez realizada ésta el sacerdote abre con un cuchillo la garganta de la bestia y tira de la cabeza hacia atrás: es importante que la sangre derramada moje el altar. Sólo hasta ese momento se procede entonces al fuego.


¿Pero a qué se debe la importancia del holocauso? Fraceliere sugiere que esto se debe a la ya mencionada idea de la impureza ritual. Al quemar el cuerpo por completo, se garantiza la purificación del templo y de los territorios habitados por los testigos del sacrificio. Esto se debe a que la presencia de miasmas malévolos era una amenaza constante en la vida diaria, y sus efectos eran nocivos no sólo para la fertilidad del territorio, sino también en la salud de sus moradores.  El miasma era producido por muchas razones, pero una de las más importantes era la realización de actos impuros, como el asesinato. Por tal motivo era imperativo que ningún homicida hiciera parte del holocausto, aun cuando hubiese matado en legítima defensa. Naturalmente, tampoco estaban aceptadas personas con defectos físicos o algún tipo de enfermedad, pues éstos se asociaban con problemas del nacimiento, los cuales eran tan impuros como los relativos a la muerte. Por este motivo el hierois y sus mageiroi debían ser sumamente cautelosos a la hora de llevar a cabo este tipo de ceremoniales, ya que un elemento en falso podía conducir a la cólera divina, materializada en el terrible thambos. Dicho sentimiento podría ser traducido como el cristiano “temor de Dios”, y sus implicaciones eran muy parecidas, en tanto que llevaban a un temor constante por provocar la venganza de una divinidad que traería retaliaciones en contra de toda la ciudad. Por tal motivo, la mayoría de los actos públicos –por ejemplos las sesiones del Consejo del Aerópago– estaban acompañados de pequeñas ceremonias de purificación, para la cual se utilizaba agua de mar y se sometía al holocausto a cerdos, cuya sangre era especialmente útil como elemento de limpieza. El dios con más fama en conceder purificaciones era Apolo, ya que éste había purificado a Orestes luego de asesinar a su madre, y es por tal motivo que el holocausto se realizaba en su nombre durante la fiesta de Boedremión[20]. También una celebración específica, llevada a cabo en el mes de Targelión (marzo), en la cual tres hombres desfilaban por las calles de Atenas mientras recibían azotes con ramas de higuera y trozos de cebolla, luego de lo cual eran obligados a marcharse para siempre de la ciudad[21]. De esta manera, estos hombres se hacían receptáculos de los miasmas, que resultaban así alejados de la comunidad. Una vez se hubieran marchado, se ofrecía a Apolo el targelo, que también era puesto en holocausto, y que consistía en un pastel de cereales que funcionaba como primicia de la próxima cosecha. Así pues, podemos observar que en el universo griego la fertilidad de la tierra está estrechamente vinculada al comportamiento de los hombres, y precisamente las hambrunas es uno de los mecanismos más crueles en los que suele manifestarse el poder del thambos.

Agonía y celebración
La tercera gran celebración a la que se reservaba el ceremonial del holocausto era la de las Lenaias, conocidas también como las Fiesta de Dionisio, que tenían lugar en el mes de Gamelión (aproximadamente nuestro enero). Los grandes magistrados –arcontes- se preparaban para ellas con gran anticipación, nombrando a ciudadanos ricos que tenían la misión de reclutar y mantener a los participantes de los coros trágicos y cómicos. Éstos participantes eran llamados coreutas, y quienes los contrataban se conocían como coregas[22]. El coreuta no era otra cosa que un sacerdote, ya que era el encargado de llevar a término el sacrificio de la víctima que se concebía a Dionisos. Dicho divinidad era una de las más trascendentales, ya que era el dador de la simiente que garantizaría que las semillas sembradas en noviembre germinasen correctamente. Así pues, esta fiesta tenía como objetivo garantizar la cosecha del año entrante, de allí que no podía escatimarse en gastos para su celebración.





Una vez elegidos los poetas que actuarían como coreutas, éstos eran presentados por los arcontes en un acto conocido como proagnon, celebrado en el odeón, edificio adyacente al teatro. El nombre de teatro se debe a una de las deidades auxiliares de Dionisio, Teoría, conocida por ser la diosa de la diversión. En la ceremonia del proagnon se declaraba el nombre de los poetas ganadores, así como sus títulos y las piezas que cantarían[23]. Las Lenaias iniciaban propiamente con una procesión, en la cual se exhibía un gigantesco falo en representación de Dionisios, precedido de un séquito de jóvenes quienes mostraban igualmente sus órganos sexuales. Luego del desfilo se daba inicio a las representaciones teatrales, en las cuales los coreutas entraban en un trance marcado por el proceso de agón (competir)[24]. Cada coreuta desplegaba un grupo de actores, disfrazados con máscaras dedicadas al Dios, y que variaban según el tipo de obra. El primer día se dedicaba a las comedias, mientras el segundo a la tragedia. El proceso agónico era sumamente complejo, ya que el coro requería aprender aproximadamente doscientos mil versos, que eran recitados a lo largo de las obras, los dos días. También resulta sorprendente la paciencia de los espectadores, quienes aguardaban desde la salida del sol hasta el ocaso, en el theatrón, que es el conjunto de gradas que daban a la scene[25]. Ésta era una explanada ubicada en frente de la orquesta, la zona en donde se ubicaban los actores, y que se servía de templo para Dionisio. El hecho de que los actores usaran máscaras les dio el nombre de hipócritas, que quiere decir portadores de la máscara (en griego máscara significa hipocrión); el uso de estos ornamentos se debe a que se consideraba que aceleraban el proceso conocido como estasse, que consistía en el trance final mediante el cual el dios tomaba posesión de los actores. En la fase final de la  pieza un séquito de adivinos se apostaba en las cercanías de la orquesta con el objetivo de dar veredictos sobre las palabras transmitidas por la divinidad. Dicho veredicto resultaba fundamental para definir cuál de los agones sería el ganador. El ganador era denominado comos –portador de la alegría–, y era seleccionado desde el primer día. Así pues, al día siguiente su función era la más importante de todo el ciclo festivo, y consistía en el holocausto de la cabra que era ofrecida a Dionisio. Este acto dio el nombre de tragedia a las obras realizadas en dicho día, dado que cabra en griego significa tragos, así como comedia proviene de comos[26]. En este orden de ideas, vemos que el ciclo de comedia y tragedia se entiende no sólo en la labor de los hipócritas como puentes entre la divinidad y los humanos, sino también en su labor de competencia, la cual validaba muchos hechos jamás admitidos en otros momentos del año, tales como burlarse de los dioses o exhibir el órgano masculino públicamente. Se trata, en otras palabras, de una circunstancia excepcional, cuya finalidad es también el sacrificio, pero en este caso de connotaciones mucho más profundas en la vida de la ciudad.



Por lo tanto, podemos concluir que el teatro distó de ser un simple acto de celebración, sino que constituyó un espacio primordial en donde se desenvolvía la vida religiosa. Los poetas, así pues, eran unos más entre los sacerdotes, sólo que con una función mucho más acuciante para el futuro de la polis. El caso de los juegos dedicados a Apolo en Delfos y a Zeus en Olimpia tiene connotaciones muy parecidas: en ellos un séquito de sacerdotes precedía un ceremonial que debía concluir en un sacrificio, el cual era antecedido por el ritual agónico de los jóvenes gimnastas. Este nombre deriva de que ellos eran preparados desde la edad más temprana en los gimnasios, los cuales eran centros de educación en los cuales se les preparaba en poesía, filosofía y ejercicios físicos. El objetivo del gimnasio era hacer de los jóvenes ejemplares bellos para ser ofrecidos en sacrificio, como mencionamos previamente, no sólo en términos de la corporalidad, sino también en los de su comportamiento moral. Así pues, el acto de participar en los juegos panhelénicos, bien fueran los olímpicos o los píticos, internaba a estos jóvenes en un contexto sagrado en el que debían competir (entrar en agonía), lo cual se hacía comparable al acto del sacrificio. Este tipo de celebraciones tenían además unas connotaciones políticas más fuertes, ya  que el ganador o comos no era definido por un grupo de adivinos, sino que el dios lo hacía directamente a través del acto de concederle la victoria. Así pues, la polis a la que perteneciera el gimnasta ganador adquiría una preeminencia indiscutible en el conjunto de todo el mundo helénico. Son estas implicaciones las que precisamente ayudan a dimensionar completamente el significado de las palabras thambo. De hecho, el nombre concedido a los gimnastas o poetas que ganaban más de una ocasión en las fiestas  de Dionisio, Zeus o Apolo se les denominaba ditirambos, cuya derivación significaría “el portador del temor que produce el dios”.


Máscara o hipocráte de tragedia (izquierda) y comedia (derecha). Comedia y tragedia eran celebraciones que debían realizarse una después de la otra como parte del ceremonial del holocausto de la cabra o tragos a Dionisio.


[1] GUTHRIE, William Keith. Los filósofos griegos: de Tales a Aristoteles. México: Fondo de Cultura Ecónomica, 1953. pp 27
[2] VEYNE,Paul, Did the greek believe in their myths?: An essay on the constitutive imagination. Chicago: The University of Chicago Press. Pp 52
[3] Ibid. Veyne P.37
[4] COULANGES, Fustel.  La ciudad Antigua. Madrid: Editorial Plus Ultra. 1947.
[5] Ibid,  Coulanges, p.34.
[6] MIREAUX, La vida cotidiana en tiempos de Homero. Buenos Aires: Librería Hachette. 1962
[7] José Otero Espasandín, La grecia arcaica y clásica.
[8]Op cit, Mireaux.pp.83.
[9] HERÓDOTO. Historias. Barcelona : Ediciones Alma Mater, 1960. Versión traducida por Jaime Berenguer Amenos  P.87.
[10] HARTOG, François. Memories of Odysseus : frontier tales from ancient Greece. Chicago : University of Chicago Press, 2001. pp 85
[12] FLACELIERE, Robert. La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles.  Madrid: Ediciones Temas de Hoy. 1994
[13] ELIADE, Mircea. El mito del eterno retorno : arquetipos y repetición. Madrid : Alianza Ediatorial, c1972.
[14] Op. cit ,Mireaux. Pp 85
[15] AIGRISSE, Gilberte. Psychanalyse de la Gréce Antique. Paris: Les Belles lettres, 1960. Pp 178
[16] Op cit, Flaceliere, pp.150
[17] FLACELIERE, Robert. La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles.  Madrid: Ediciones Temas de Hoy. 1994. pp.225.
[18] Ibid, Fraceliere .pp 227
[19] Op cit. AIGRISSE, Pp 178
[20] AIGRISSE, Gilberte. Psychanalyse de la Gréce Antique. Paris: Les Belles lettres, 1960.
[21] HATZFELD, Jean. Histoire de la Grèce ancienne. Paris: Éditions Payot, 1962Pp 65
[22] WILES, David. The masks of Menander : sign and meaning in Greek and Roman performance. New York : Cambridge University Press, 2004. Pp 201
[23] Ibid. Wiles 205
[24] HALL, Edith. The theatrical cast of Athens : interactions between ancient greek drama and society. Oxford, UK : Oxford University Press, 2006.
[25] Ibid. Hall
[26] Ibid. Hall

Bibliografía:

  • AIGRISSE, Gilberte. Psychanalyse de la Gréce Antique. Paris: Les Belles lettres, 1960. 
  • COULANGES, Fustel.  La ciudad Antigua. Madrid: Editorial Plus Ultra. 1947.
  • ELIADE, Mircea. El mito del eterno retorno : arquetipos y repeticiónMadrid : Alianza Ediatorial, c1972.
  • FLACELIERE, Robert. La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles.  Madrid: Ediciones Temas de Hoy
  • GUTHRIE, William Keith. Los filósofos griegos: de Tales a Aristoteles. México: Fondo de Cultura Ecónomica, 1953.
  • HALL, EdithThe theatrical cast of Athens : interactions between ancient greek drama and societyOxford, UK: Oxford University Press, 2006.
  • HARTOG, François. Memories of Odysseus : frontier tales from ancient Greece. Chicago : University of Chicago Press, 2001
  • HERÓDOTOHistorias. Barcelona : Ediciones Alma Mater, 1960. Versión traducida por Jaime Berenguer Amenos.
  • HATZFELD, Jean. Histoire de la Grèce ancienne. Paris: Éditions Payot, 1962.  
  • MIREAUXLa vida cotidiana en tiempos de Homero. Buenos Aires: Librería Hachette. 1962
  • VEYNE,Paul, Did the greek believe in their myths?: An essay on the constitutive imagination. Chicago: The University of Chicago Press.

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